¿Y si fuera tu hijo? la realidad cruel del bullying a personas con discapacidad.

children finger pointing at a boy sitting on a wooden floor

En este día de las personas con discapacidad, quiero aprovechar para hablar de un tema que me inquieta y que parece no va a acabar, al menos en el corto plazo. Se trata del bullying a personas con discapacidad. ¿Qué clase de sociedad somos y qué futuro estamos formando?

Mucho se ha hablado del bullying, y creo que yo he sido una de esas personas que ha trabajado en este tema, tanto dando charlas como desde mis plataformas, sin mediar JAMÁS ningún pago ni patrocinio. Es un tema que me duele, y por eso trato de poner mi granito de arena para hacer la diferencia. No voy a citar normas ni quiero hablar del tema como abogada, sino como madre, como mujer y como alguien que en algún momento también sufrió de alguna u otra manera bullying.

El bullying, en cualquiera de sus formas es algo injustificado, es ruin y cruel, y qué duro saber que muchos de los que lo ejercen son niños y adolescentes en contra de sus pares. Pero hay algo más grave y delicado: cuando el bullying se le hace a una persona con discapacidad.

Como madre, entiendo que los niños muchas veces reaccionan de diversas formas ante lo que les parece diferente; pueden burlarse o apartar a quien les parece no ser igual a ellos, pero entonces ahí es donde los padres y profesores deben ejercer su sentido común y adelantarse a los hechos, explicarles por qué esta persona usa una silla o por qué necesita apoyo para realizar cosas que a ellos les es más sencillo.

Es increíble que padres de niños con discapacidad tengan que cambiar a sus hijos de escuela o colegio porque los otros niños o adolescente neurotípicos no pueden comprender las necesidades de los otros. Me pregunto si los padres sacan tiempo para hablarles y enseñarles sobre la empatía y el amor al prójimo.

Es increíble cómo un niño neurodivergente o con cualquier discapacidad hace un enorme esfuerzo para poder encajar en un mundo que no está preparado para brindarles una mano. Los padres de estos niños se desviven por lograr que sus hijos superen obstáculos de salud, pagar terapias y gastos altos para ayudarlos, pero luego viene la prueba más difícil: ver qué cara le van a hacer, cómo lo van a tratar los demás, y esto sin duda es más duro porque no depende del esfuerzo de ellos ni de sus hijos, depende del corazón y los principios de los demás… y por lo visto, estamos escasos de eso.

Se han documentado varios casos en años anteriores de agresiones a jóvenes con discapacidad, lo cual nos debe llamar a la reflexión. No basta regañarlos y que aprendan la lección, o aplicar simplemente el protocolo de MEP, se trata de que la formación en casa y en el centro educativo se ha quedado corta en algo tan básico como el respeto. Los niños aprenden de lo que ven y replican eso en la calle. No es de extrañar que muchos están replicando la violencia y se hayan sexualizado a edades muy tempranas. No hay control de lo que ven en sus teléfonos, y son presa fácil de los depredadores sexuales.

Me preocupa que muchos padres delegan al 100% en los centros educativos la formación de sus hijos, cuando esto no debe ser así. Enséñale lo que el colegio no puede: respeto, empatía y humanidad.

No puedo estar más dolida por los casos que conozco que sufren de este flagelo, la angustia cada día al asistir al colegio porque aparte de lidiar con las cargas académicas tienen que esperar qué deparará el día con sus compañeritos que los harán a un lado y los molestarán, creando inseguridades y heridas que durarán de por vida.

Creo que, como sociedad estamos fallando, no es justo que nuestras población más frágil sea agredida por quienes deberían de ser sus protectores.

Conozco instituciones que han sido condenadas por negar matriculas, y otras por hacerse de la vista gorda ante el bullying. ¡Ya basta! Es momento de demostrar que el Pura Vida es real; empecemos a criar a nuestros hijos como Dios manda y dejemos de alcahuetear conductas tan vergonzosas. De qué vale pagar los colegios más caros si lo elemental como el amor, respeto y empatía no lo están aprendiendo.

Que este día, donde se espera crear conciencia, sirva para que meditemos que las discapacidades no son para unas cuantas personas. TODOS podemos en algún momento padecer de alguna y no nos gustaría sentir la discriminación. Si yo fuera la madre de un niño que acosa a otro me sentiría muy avergonzada y sentiría que algo no he hecho bien. Momento para que cada quien se autoexamine.

Les comparto una historia tomada de Facebook, desconozco su autor, pero me pareció una manera muy real de retratar lo que he tratado de compartirles.

Recuerda que si tu hijo hace bullying algo estás haciendo mal como padre.

Aquí está la historia:

Durante una fiesta celebrada en una escuela para niños con necesidades especiales, el padre de uno de los estudiantes dio un conmovedor discurso que permaneció en los corazones de todos los presentes.

Después de agradecer a la escuela y al personal que trabaja con dedicación y corazón, compartió una reflexión:

«Cuando nada perturba el equilibrio de la naturaleza, el orden natural de las cosas se revela en toda su armonía. «

Entonces agregó, con una voz temblorosa:

«Pero mi hijo Herbert no aprende como los otros. Él no entiende como ellos. Así que… ¿Dónde está el orden natural de las cosas en su caso?»

El silencio cayó sobre la habitación. El padre continuó:

«Creo que cuando nace un niño como Herbert, con una discapacidad física o mental, el mundo tiene una rara oportunidad: la oportunidad de mostrar la verdadera esencia del espíritu humano. Y esa esencia se revela en cómo otros lo reciben y tratan. «

Entonces compartió un recuerdo:

Un día, estaba caminando con Herbert cerca de un campo donde unos chicos estaban jugando al fútbol. Herbert miró y preguntó:

— Papá, ¿crees que me dejarán jugar con ellos?

El padre sabía que, en la mayoría de los casos, la respuesta sería «no», pero también sabía que, si decían que sí, ese simple gesto le daría a su hijo un invaluable sentido de pertenencia y dignidad. Así que se acercó tímidamente a uno de los chicos y, sin esperar mucho, le preguntó si Herbert podía unirse al juego. El chico miró a sus amigos, dudó por un momento, luego dijo:

— Estamos perdiendo 3 a 0, quedan diez minutos… Claro, que venga. Lo dejaremos recibir un penal.

Herbert corrió al banco con una gran sonrisa. Se puso la camiseta del equipo mientras su padre, con los ojos llenos de lágrimas, miraba con el corazón lleno. Durante el resto del partido, Herbert permaneció en el banquillo, radiante. Los chicos empezaron lentamente a entender lo que el padre vio: su hijo había sido aceptado. Entonces, en el minuto final, el equipo de Herbert ganó un penalti. El niño que le dio la bienvenida primero se dirigió al padre y asintió:

— Es su turno.

Herbert se acercó al punto de penalti con pasos inciertos, pelota en mano. El portero entendió de inmediato. Se interponía entre los postes… y luego lentamente se zambulló a un lado, dejando la meta abierta. Herbert pateó suavemente. La pelota rodó lentamente a través de la línea.

Gol.

Sus compañeros de equipo estallaron en vítores. Lo levantaron en el aire, lo abrazaron, lo celebraron como si acabara de marcar el gol de la victoria en la final del Mundial.

Terminó el padre, su voz rota de emoción:

«Ese día, un grupo de chicos hizo una elección… para no ganar un juego, sino darle al mundo una lección de bondad, humanidad y amor».

Herbert no vio el próximo verano. Murió ese invierno, pero nunca olvidó que por un día, fue un héroe. Y su padre nunca olvidó volver a casa esa noche, viendo a la madre de Herbert abrazarlo en sus brazos, llorando de alegría, mientras le contaba sobre el gol más hermoso de su vida.


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